La misma marcha

La misma marcha

Un diálogo parco

04/09/2020

Parecía un día normal, cabello del mismo color y calcetines igual de incómodos. Al poco tiempo un olor tocó el timbre. Sutil, cálido, mirífico, cautivo y sin fronteras. Acompañado por un sonido, se acercó cada vez más. Me invitaron a comer y desgraciadamente acepté. Probé su mejor platillo y por primera vez no busqué la libertad. A medio bocado sonó el timbre y con él apareció mi futuro amigo. Le acompañaba una mochila habitada por una melodía, y acercándote lo suficiente, escuchabas lo inevitable. A punto de retirarme me preguntó si podía quedarse en casa y sin esfuerzos, acepté. Al cabo de semanas parecía lejano, lo creía imposible. No obstante mi esfuerzo, la brevedad del resultado era máxima. Como mi único amigo, lo debía cuidar. Así que lo encerré, y mientras cortaba sus piernas lo abracé internamente. 

Por las tardes paseábamos, observábamos, e incluso, nos llegamos a reír. Regresábamos a casa cuando nos encontramos con aquél sonido, cuya proyección apenas alcanzó para pedir ayuda. Logramos tranquilizarlo, más no levantarlo. Lo arrastramos a casa, lo limpiamos, lo alimentamos e incluso le cantamos. Fue entonces cuando cambiaron las reglas, todo debía ser cuidadosamente realizado, el sonido importaba más que cualquier par de piernas, un error lo  estropearía todo. Al cabo de los días, mi único amigo enfermó. Intenté de todo, incluso le conseguí un par de piernas, nada pareció animarlo. Curiosamente empeoraban de forma simultanea mientras yo enloquecía en la búsqueda de una solución. Minutos después, recordé al olor, e inmediatamente abrí la mochila, pero la melodía había huido. Un buen día, mi único amigo no despertó. Enfurecida sacudí al sonido, exigiendo palabras mientras escuchaba ruido. Lo golpeé, lo estiré, lo volví a sacudir y finalmente lo terminé asfixiando; todo mientras sentía aquél olor, que me dio la suficiente libertad para ser libre de la misma. 

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