No eche usted el aire por la nariz como un toro embravecido, que no es algo para enfadarse.

Tampoco lo eche por la boca en una vaharada de alivio o cansancio, que esto no ha hecho más que empezar.

Sí, la boca ligeramente torcida, con ese mohín de desprecio que genera toda esta digitalizada estupidez rampante que quedará para la posteridad como emblema de nuestro tiempo.

Adelante, no le resultará difícil. Espire paulatina y lateralmente su aliento tras una breve y tensa oclusión bilabial.

Para no expirar frente al hastío del rebaño histérico que arrambla periódicamente con el papel higiénico en el supermercado. Para evacuar el hastío que causa cada comentario vacuo de la interminable y omnímoda tertulia todológica que nos rodea. También se recomienda para el alivio ocasional de situaciones de misantropía pasajera, como pequeña píldora visual redonda y amarilla para frenar momentáneamente el deseo de que alguien pare el mundo para bajarse de este planeta cada vez menos azul y más gris.

Aunque, puf, en realidad tampoco es para tanto.

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