La arena se metía entre los dedos. El sonido del mar casi no me dejaba escuchar. La máquina se acercó a mí con su luz roja intermitente.
-A mi también me crearon a imagen y semejanza -dijo.
Las olas despeñándose en las rocas interrumpían la voz metálica.
-¿De quién? -pregunté.
El suave acero atravesó la carne. Mis hombros se doblaron hacia atrás, dejando los brazos colgantes por la gravedad.
-Tu vara y tú cayado me infundiran aliento -dijo, tal vez para reconfortarme.
En otro tiempo, habría espacio para ambos.
La máquina permaneció inmóvil hasta que mis ojos llenos de líquidos, se apagaron.
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