¡Y Dios hizo la luz!
Y con ella se dio inicio al mundo tecnológico.
Nuestro cuerpo es el centro del universo de las ideas. Su funcionamiento de máquina perfecta ha generado en el ser humano, la idea de la creación y, tal cual un Dios terrestre con las habilidades aprendidas, se apresta a combinar el ingenio con la observación, para crear y recrearse.
En la antigüedad, nuestros antepasados según las creencias cristianas le dejaban al “Dios creador del espíritu” las labores del ingenio y ellos solamente se limitaban a “estar a resguardo” en aquellos lugares que le ofrecía la naturaleza, (si el sol abrasaba la piel, buscaban la sombra de un árbol, si faltaba el agua, se acercaban al río o al lago, si las condiciones atmosféricas les aturdían, buscaban una cueva). Posiblemente eso ocurría así, ya que, según los testimonios del antiguo testamento, se señalaba al Edén o Paraíso, como el lugar del nunca hacer nada.
El morbo de la manzana fue la excusa para debatir y combatir a Dios y posiblemente fue el primer paso hacia la independencia tecnológica (posible versión cristiana revolucionaria).
El otro punto de vista que podría establecerse como punto de partida hacia el mundo tecnológico, es la teoría de la evolución. Si bien el antepasado nuestro, el Homo Sapiens, también se “resguardaba” en el lugar de su conveniencia, éste comenzó a observar y a diferenciar a las diversas especies: vio sus formas de desplazarse, sus argumentos sociales y, como era el más débil físicamente buscó fórmulas para defenderse, tanto en lo pasivo como en lo activo. Y entonces…
¡El hombre hizo la luz!
Somos una tecnología perecedera, cumplimos un ciclo en el que somos una de las piezas que transformarán el ideario tecnológico del hombre. Llegamos al mundo con el mecanismo totalmente nuevo y éste se desarrollará gracias a los responsables del crecimiento de nuestra tecnología personal (seremos deportistas o científicos o agricultores o escritores o indeseables, la clasificación, puede ser muy extensa)
En la medida que crecemos, nuestro cerebro comienza a desarrollar aptitudes, que serán las herramientas que usaremos para transformar el presente (ayer caminaba, hoy igualmente camino, pero tengo opciones para trasladarme de un lugar a otro.
Hoy tengo la sombra de un árbol para protegerme del sol, pero aprendí a construir sombras. Hoy como carne fresca, pero también puedo refrigerarla para otra ocasión. Hoy puedo sumar mental
mente, pero puedo disponer de máquinas para que ellas me den el resultado).
Como somos una tecnología perecedera, fue necesaria la inclusión en nuestro léxico, de la palabra “obsoleto”. Aquello que no funciona o que retrasa el avance, se transforma en un objeto obsoleto.
Según la doctrina cristiana, Dios nos creó a su imagen y semejanza, por lo que, a criterio de ella nunca variaremos de forma genética. El ser humano reta a Dios intentando alargar la vida introduciendo vacunas y medicinas en nuestro cuerpo intentando lograr sus propósitos.
Según la doctrina evolucionista, el ser humano está siempre en la búsqueda de aquello que no conoce y que en muchos casos ya existe (observamos el volar de las aves, pero el ser humano no tiene alas, por lo que inventó el globo, luego el parapente, el avión. Igualmente observó cómo se trasladaban los animales marinos en el mar, pudo nadar, pero se cansó por lo que inventó las paletas, luego la barca. Vio como existían cuencas hidrográficas que almacenaban el agua y pudo hacer represas donde había desnivel). La capacidad de observación y el ¿Cómo puedo transformar eso? fue la génesis de la creación tecnológica.
Hoy nacemos con la experiencia tecnológica generada por nuestros antepasados y en la mayoría de ella desconocemos su funcionamiento, es decir nacimos con la nevera como mueble incorporado a la vida diaria, pero no necesitamos conocer su mecanismo, solamente que enfríe y refrigere. Para ello están aquellos que con su intelecto puedan descifrar su funcionamiento para poder crearlas y conocer sus posibles averías, para repararlas.
El mundo tecnológico avanza. En la playa usamos una herramienta muy antigua: el dedo y escribimos sobre la arena lo que queramos. También está el creyón que es una combinación de grafito y madera, por lo que ya proviene de un proceso tecnológico. Mas allá están la máquina de escribir y el ordenador. Pero ahí está el dedo tecleando como si estuviera sobre la arena de la playa.
El imaginario del ser humano trasciende sus capacidades naturales. Muchos de los creadores del arte (la mejor de las tecnologías) han traspasado las barreras de la cordura. Son genios que han permitido darle una figura humana a Dios con una gran barba o a seres ajenos a otro lado de nuestra frontera terrestre con 3 ojos, o ha habido cineastas que han hecho del universo, un escenario para una guerra galáctica. Todos ellos con la inteligencia para crear cosas de la nada y que han generado en los científicos y tecnólogos, ideas para desarrollar la tecnología del presente.
De nuevo el imaginario vuela. El destino es incierto. Creamos las medicinas y creamos los virus. Según el cristianismo, Dios creó al hombre y a la mujer. Pero también creó a la serpiente y a la manzana. En total armonía, podían vivir. Pero en esa historia, Adán y Eva eran evolucionistas y eso escapó de sus controles. Hoy existen las Evas y los Adanes, las manzanas y las serpientes. Hoy por un lado están las medicinas, los virus, los aviones, los barcos, las grandes ciudades, conectados todos mediante una gran red tecnológica de la que ya no podemos prescindir y, por el otro lado el ser humano hurgando siempre, con la ansiedad por conocer lo nuevo, lo que no existe.
Estoy en un bar, con un ordenador escribiendo, tomando una copa de vino templada, escuchando música que se emite desde un lugar remoto, en una terraza que colinda con una calle llena de vehículos. Digo, ya basta. Iré a dormir.
Entro en la casa, todo está a oscuras. Veo el conector
¡Y la tecnología hizo la luz!
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