Pues hay que comer cuando hay, no importa mucho lo que haya, pero ¿sabe? me gusta comer despacio, como viviendo despacio, pa´ luego también morirse despacio. La carne que más me gusta es la de marranito. Yo he comido la de víbora; blanca, blanca, como caolín. También me gusta el tlacuache, pero sólo en barbacoa. Su carne es media correosa, igual que la de guajolote.

Como le decía, me gusta más la de puerco y, pues paﹸ seguir con ese gusto, ahora tengo un lechoncito. Dicen los ingenieros, que si le doy de comer fórmula va a crecer más rápido.

Yo meneo la cabeza de arriba paﹸ abajo y me quedo pensando… ¿paﹸ qué quieren los ingenieros que mi puerco crezca así?, como si lo anduvieran correteando, yo nomás les digo que sí, paﹸ que no se enojen conmigo, pero pienso que al “Pintillo”, que así se llama mi puerco, no le urge dar el estirón, cuantimás que se me figura que se sospecha cual ha de ser su fin y, bueno, yo sé, que los ingenieros saben, pero creo que de tanto que saben, todo lo quieren rápido.

Yo no me alegro de que el Pintillo termine en la cazuela, pero él crece poco a poquito, para que en las “salidas de las escuelas”, ya esté bueno paﹸ la fiesta. Y es que cada que termina la escuela un niño, hay que hacer fiesta, y pues el Pintillo va a terminar de invitado. Lo de la fiesta que le digo, es paﹸ celebrar que un niño ya salió de la escuela. A veces, me pongo a pensar en eso de las escuelas, y creo que está bien que se alegre uno cuando una criatura termina aquello. Ya cuando sale, pos yo digo que su cabeza descansa y deja de llenarse de tanta cosa, y uno espera que los maestros hayan dejado un huequito paﹸ que les quepan otras. ¿Qué por qué quiero que le quepan otras cosas? Pues figuraciones mías, fíjese que se me imagina que da tantas cosas que les dicen, la pobre cabeza del niño anda como pulque en garrafón: nomás tirando la espuma, y entre más le echas, más se anda derramando. Me di cuenta de eso, un día que mi niño repetía munchos nombres y lugares; nombres que yo no conocía y él tampoco, pero se los tenía que meter en la cabeza junto a un montón de otras cosas, ahí taba repitiendo todo el día, dale que dale, que un tal Napoleón, en quién sabe qué lugar, no sé qué cosa, que un tal Obregón en tal otro sitio, no sé qué arguendes, Y yo me quedé pensando que de tanto nombres de personas y lugares que se estaba metiendo en la cabezota, ya no iba a quedar espacio para el nombre de su abuelo ni para el de su pueblo, pues se le iban a salir como espuma del pulque, y no sé por qué se me figura que si no recuerda el nombre de su abuelo, ni el mío, ni el de su pueblo, pues es fácil que se pierda, y perdido ya tampoco sabría para dónde ir, ni tampoco de donde vino. Al abuelo le gustaba la carne de puerco, y de él te puedo contar muchas cosas, aunque ninguna importante. Nosotros nunca hemos sido importantes como los Lemus, o los Jiménez que siempre han sido presidentes municipales y han salido a visitar lugares bien lejos y conocen de escuelas y luego cada cuatro años nos andan trayendo despensas; pero como quiera, el abuelo me enseñó a fijarme en las cabañuelas paﹸ saber cuándo sembrar, y luego me mostró esas bolitas verdes que hirviéndolas sueltan su sangre paﹸ poder hacer velas, y me dijo cómo se hace el cuajo, para luego hacer queso, me enseñó a buscar hongos y cuales se comen y cuales son de lo “locos” y, como capar a un puerco, y un montón de cosas más. El abuelo se soltaba a cuente y cuente historias, y yo encuclillado lo veía con los ojotes pelados, grandes, grandes, abiertos, como flor de siempreviva, y me quedaba escuchándolo cuando hablaba de una guerra muy fuerte donde lo llevaron a la fuerza y como le sacó las tripas a otro cristiano y sólo lo dejaron venir, cuando aquellos que se lo llevaron, ya se habían cansado de tanta tripa regada. Luego me contaba como hubo una gripa muy dura y sacaban los muertos en carretón paﹸ llevarlos a enterrar en un hoyo a todos juntos. Ahora andan diciendo, que hay otra como gripa muy fuerte, y que hay que estar encerrados. Yo veo a mi nieto, mi niño, que anda como loco trepado en lo árboles paﹸ ver si agarra una señal, porque dice, que ahora son «clases en líneas», o algo así. Y yo ando contento con todo esto de la nueva gripa, sabe, porque ya está en la casa mi niño y, ya que aquí me lo dejaron, en un descuido, le sacó de la cabeza a mi criatura todos esos nombres que le metieron y le enseño cómo son las cabañuelas y el tiempo de injertar manzanos, y el nombre de todos los pájaros, y cuáles cantan de noche y como tirar golumbos, y cómo se oyen las estrellas, pero sobre todo, le quiero enseñar como criar un puerco, despacito, despacito, para que la muerte llegue a su tiempo, que no se adelante, ni se atrase. Así pues, como le decía, quiero vivir despacio, para morirme a mi tiempo.

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