Todo bajo control

Todo bajo control

Jose

19/10/2021

Alicia iba por la calle con paso firme y acelerado. La rapidez de su caminar era similar a la premura con la que atendía a sus redes sociales a través de su smartphone. Nuestra protagonista había concertado una cita en un bar no muy lejano. Sin reducir su velocidad, y llegando casi a su destino, algo le llamó la atención repentinamente. Se detuvo y observó una pintada en una pared. En el dibujo de un smartphone se podía leer —como si de una orden se tratase— lo siguiente: «1: ¡controla tu amor, 2: controla lo que te pasa, 3: controla tu vida!». 

Tras observar el dibujo brevemente, retomó casi de forma instantánea el paso y continuó su camino hacia el bar en el que tendría la cita.

Tras llegar a su destino ocupó una mesa no muy lejana de la puerta. Revisando la hora con nerviosismo, se percató de que él aún no había aparecido. Su enésima cita, concertada a través de una conocida aplicación, no llegó a su hora. Dirigió una impaciente mirada hacia su smartwatch y este le indicó, no sólo la aceleración de su frecuencia cardíaca, sino que eran las 21:48 de la noche. Ambos habían acordado encontrarse en este lugar a las 21:45, y este retraso era para Alicia intolerable. Sin tiempo que perder se levantó de la silla y se dirigió hacia la salida. Rápidamente pidió un taxi el cual le condujo velozmente hacia su apartamento. Con su smartphone en la mano observó cual era el siguiente movimiento que, según su teléfono, tendría que realizar. Impaciente rectificó y sustituyo en su agenda digital el término «objeto humano de estimulación» por «objeto convencional». Al llegar a su apartamento avanzó acelerada los pocos metros que la separaban de la puerta de entrada a su salón. Inmediatamente se sentó en el sofá y se desvistió con ansiedad y nerviosismo. Su casa domotizada hasta el último resquicio recibió una petición de Alicia. Una serie de artilugios, situados con precisión matemática, repitieron de forma mecánica la estimulación de una zona de su anatomía. De manera repentina le vino a la cabeza la pintada que había observado con anterioridad. Un pensamiento se le impuso: «1: no puedo controlar el amor». Experimentando una mezcla de dolor y de tristeza Alicia fue raptada por Morfeo y se quedó dormida. 

A pesar de aquel imprevisto un día cualquiera en la vida de Alicia solía transcurrir con un orden casi perfecto. Odiaba por encima de todo que las cosas ocurrieran fuera de su control. Su vida estaba excesivamente planificada. La tecnología le había permitido una organización digital calculada al milímetro. A las 6:45 de la mañana se despertaba y realizaba ejercicio para mantenerse en forma. A las 8:15 ya había desayunado un vaso de leche desnatada, semillas de chía y un kiwi. A las 8:30 revisaba todas sus redes sociales. Desde las 9:00 hasta las 15:00 trabajaba como coach virtual dando instrucciones de salud y bienestar. Ya para almorzar se comía una ensalada de quinoa y aguacate. A las 16:30 actualizaba sus redes sociales. Esto se solía expandir hasta las 20:30, momento en el que organizaba su cita para la cena. La idea para esta era quedar a las 21:45 (exactas), terminar de cenar a las 22:30, y finalizar sus actividades a las 23:30, e irse finalmente a dormir a las 23:45. Y de esta forma transcurría su vida. Pero aquella noche a través de un insignificante acontecimiento —aunque de excesiva importancia para ella— fue consciente de una verdad: «2: tampoco puedo controlar lo que me pasa o me deja de pasar». 

Un día nuevo comenzaba. Alicia se despertó desasosegada, su smartphone señalaba las 8:48 de la mañana. Un vértigo recorrió todo su cuerpo.

—¡Me he saltado mis ejercicios y mi desayuno dietético! —exclamó en voz alta.

Justo para ese día tenía, además, que dar una conferencia sobre felicidad. El streaming comenzaría en menos de quince minutos. Como para recuperar el tiempo perdido, llevó a cabo cinco minutos de ejercicios, dos minutos los empleó para comerse un kiwi, y tres para asearse. A las 8:58 estaba preparada para dar la conferencia. Sentada frente a su portátil se dispuso a impartir su magisterio. Pero el ordenador no le respondió, la conexión era precaria. Eran las 9:09 y nada se había solucionado. Este fue el momento del colapso, Alicia no pudo más; intentó contar para calmarse y respirar: «1, 2, 3…», pero no llegó ni a cuatro. Atravesada por una rabia incontenible arrojó con fuerza el portátil por la ventana. Su smartphone marcaba las 9:52 pero ella ni lo sabía (ni le importaba). Enajenada, cogió un objeto cercano —aquel de mayor contundencia y tamaño empleado en sus íntimos menesteres—, y molió a palos todo cachivache tecnológico que tuvo en frente. Su precisa agenda, y los artilugios que la hacían posible, quedaron incapacitados. Lo imprevisible y lo incontrolable se presentaron en su existencia; sólo pudo salir de su boca un grito desesperado: «3: ¡tampoco puedo controlar mi vida!».

Tras el paso de la tormenta se sentó en su sofá para no hacer nada. Fue este el momento necesario (y secretamente deseado) que le permitió pensar en lo ocurrido. Había depositado en la tecnología un confianza excesiva, la cual le permitía tener bajo relativo control su vida. Pero todo esto, de golpe, se deshizo. Una revelación —en exceso evidente— se le hizo patente: «siempre ocurrirá algo que no pueda ser controlado». Lejos de entristecerse se alegró. El mundo se presentaba ahora como una narración no clausurada, un misterio por averiguar. Inmersa en estos pensamientos se percató de que eran las 0:35. Su antigua personalidad ya estaría dormida, pero enseguida se dio cuenta de que le daba igual. La sola idea de madrugar para comer un desayuno que le repugnaba, le hizo abrazar con alegría su nueva libertad.

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