Mañana gris en Buenos Aires. La primavera se negaba a llegar. En la estación, esperando el tren, con auriculares y mi música favorita que me llevaba hacia otro mundo. La infancia, la adolescencia, tal vez…no sé. La buena música nunca pasa de moda . Esa mañana necesitaba eso. Soledad, música en mis oídos y viajar.
Al subir al tren, el celular en mis manos, además de música, me brindaba entretenimiento, el ver en qué andaba la gente. Las redes sociales van reflejando historias de vida, estados de ánimo, alegrías y tristezas de personas que ,cercanas o no, por alguna razón están en nuestros contactos. Fueron días difíciles para mí. Elaborar duelos ante la pérdida de seres queridos, no es tarea sencilla. El alma duele, y en esos días lo comprobé. Extrañar pone la vida patas para arriba, como sucede en una mudanza. El primer día, uno no sabe por dónde empezar, luego se van acomodando las cosas pero sin darnos cuenta también se pierden otras.
Estas reflexiones daban vueltas en mi cabeza mientras pasaba las imágenes del celular en forma distraída.
De pronto quise entrar en una pantalla y esta no abrió. ¿ Qué pasó? Toqué otra aplicación y no solo no abrió, sino que como en un ataque de locura, mi teléfono empezó a cambiar solo de pantallas. Saltaba de aplicación en aplicación sin detenerse en ninguna. Intenté apagarlo. Pero tampoco el botón de apagar se quedaba el tiempo suficiente como para hacerme caso. Mi teléfono estaba loco.
¿ Aparato con vida propia?¿ O la tecnología entró tanto en nuestra vida, que llega a percibir lo que nos pasa?. Las pantallas seguían titilando y cambiando. No había caso, no podía tocar a tiempo el botón de apagado. Y seguía mostrando las imágenes de las páginas que había visitado una tras otra sin control.
Con paciencia , esperé que apareciera el botón rojo y logré pescarlo antes de que cambiara a otra pantalla. Lo logré.
Me quedé un poco pensando en qué hacer, si encenderlo otra vez o dejarlo que descanse. El corazón se me aceleró. ¿ Qué haría si el teléfono no se recuperaba? ¿ Cómo me iba a comunicar? Las estaciones del tren pasaban y me llevaban cada vez más lejos de mi hogar. Un hecho tan raro había logrado sacarme de los pensamientos dolorosos. Sólo tenía la incertidumbre si reviviria el aparato o no.
Mientras pensaba, miré a mi alrededor. Estaba rodeada de gente que compartía mi viaje de aquel día. Muy difícil divisar a alguien que no estuviera mirando la pantalla de su teléfono. Cada uno en su burbuja personal ,mirando el mundo de los demás a través del celular, totalmente ajenos a lo que pasaba a su alrededor. Mi celular seguía descansando. Y yo, vi rostros en persona. ¿Cuántos de ellos estarían igual que yo, con la vida revuelta ,tratando de seguir como se pueda? ¿Cuánto dolor , esperanza, alegrías , sueños y anhelos habría en cada uno de mis ocasionales compañeros de viaje? No lo sé. Pero en algún rincón del mundo alguien estará mirando lo que les pasa representada en redes sociales.
Encendí mi teléfono. Luego del descanso, volvió a funcionar. Las pantallas se quedaron quietas , esperando que las vuelva a tocar. Encendí la música y volví al mundo .
Poco a poco el tren fue llegando a su destino final. Luego de un descanso, seguro volverá a salir de viaje, con otra gente, con sus celulares calmando la ansiedad.
Como la vida misma, se reinicia y todo vuelve a funcionar, pero seguro, algo perdemos en el camino.
Los aparatos no abrazan, y a veces, un abrazo, una sonrisa, un gesto humano, reinicia la vida de alguien que necesita encontrar el sentido a la vida, antes de que el botón rojo de apagado sea la única opción que encuentre.
El abrazo es el botón verde que reinicia la vida, diciendo que el dolor pasará y seguiremos adelante con una herida nueva, pero que valdrá la pena, a pesar de todo.
Mientras escuchaba la música, pensaba…
¿ El botón rojo de apagar o el verde de reiniciar?
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