Mi mascota se llama Laika. Yo no la bauticé así, cuando llegó a mi casa ya tenía ese nombre. Una fría mañana de invierno la trajo un camión de Amazon, venía muy bien empacadita, dentro de una caja de cartón corrugado cubierta con ese plástico de bolitas de aire. “Adquiera la mejor compañía para su hogar; como guardián, como auxiliar de caza y para el tiro de trineos será, sin duda, su más fiel amiga y compañera. Solo por hoy, como oferta especial de introducción, reciba un cincuenta por ciento de descuento sobre su precio normal, con entrega garantizada en veinticuatro horas. Solo tenemos cien disponibles. No lo piense más  y aproveche esta oferta única que no volverá a repetirse. Aceptamos todas  las formas de pago. Llame ya. No se arrepentirá, y si es de los primeros veinte en marcar le enviaremos, sin costo adicional, un kit de cuatro suéteres que podrá ponerle cada cambio de estación, así como un tapete donde “dormirá”, dándole a usted la sensación de tener una mascota de verdad. Uno de nuestro asesores lo atenderá con gusto. ( Recuerde que puede pagarlo a meses sin intereses con cualquier tarjeta de crédito)”. La oferta parecía atractiva, así que, sin pensarlo mucho, tomé el teléfono y formalicé la operación. “Gracias por su compra, por ser usted uno de los primeros diez en adquirir nuestro  maravilloso producto, le enviaremos sin costo adicional, un collar con el nombre grabado y una correa, ambos imitación piel, para que salga a pasear con su mascota preferida”. “¿Imitación piel?”, “¿mascota preferida?”, pensé entonces. ¿Qué pensarían ellos si les hubiera pagado su “maravilloso producto” con moneda falsa, imitación dinero real? ¿Y lo de “mascota preferida”?, ¿Cómo puede ser si se trata de la única que tengo? En fin, aún no había terminado la llamada, cuando ya me estaba arrepintiendo de mi compra. El precio pagado no había sido bajo, a pesar de los descuentos obtenidos, y de haber aprovechado la oferta de introducción.  Como mi querida esposa, que diosito tenga en su Santa Gloria, solía decir “Ya ni llorar es bueno”, pues una de las condiciones de compra era que, una vez realizado el pago, en caso de devolución se aplicaría un veinte por ciento de penalización por gastos administrativos. Desempaqué, con mucho cuidado como si se tratara de un animal de verdad, a mi nueva compañera, y procedí a leer las instrucciones, como acostumbro hacerlo cada vez que adquiero un nuevo producto. Venían grabadas en una memoria USB y la programación debía hacerse vía Bluetooth, por lo que tuve que ayudarme de mi PC. Había, también, un programa llamado “Regreso a valores de fábrica, por si se cansa usted y quiere reprogramar una mascota totalmente nueva”,  y un diploma que hacía las veces de acta de nacimiento de Laika, que  podía llenar con mis datos; la fecha de adquisición (nacimiento, decía), dirección, teléfono y otros programas que servían para personalizar a mi nueva mascota. Tengo que reconocer que el producto estaba muy bien diseñado. El tacto de su piel era igual al de un perro de verdad, y hasta sus ojos parecían reales. Tardé toda la mañana programándola de acuerdo a mis preferencias: el reconocimiento de mi voz, el tono de su ladrido, la topología  de mi departamento, los horarios en los cuales debía despertarse, comer y hasta aparentar hacer sus necesidades, cómo y cuándo mover su cola, etc. Todo me parecía una locura. Una vez que terminé, puse a prueba mi obra. Lo primero que hice fue salir a pasear con mi nueva amiga. Por desgracia, en el ascensor me topé con Doña Virtudes, la vieja amargada del seis, quien desde que enviudé no deja de coquetear  conmigo. Por las mañanas, cuando salgo a correr, me la encuentro, casualmente, en la puerta de su apartamento luciendo un escotado babydoll que deja entrever sus operadas  bubies.

—Buenos días, vecino —me saludó  esta vez—. Veo que está estrenando mascota. Recuerde que en este edificio no están permitidos los animales. Es muy desagradable encontrarse con heces en cualquier parte. Además, yo soy alérgica a los pelos que sueltan estos animales.

—No se preocupe. Le aseguro que mi mascota no le dará ninguno de estos problemas —dije, sin dar mayor explicación—. Que tenga usted muy buen día. 

Había yo encontrado otra ventaja, no mencionada en el manual de instrucciones, de mi más reciente adquisición; el auyentar vecinos incómodos y viejas empalagosas. 

Si bien es cierto que Laika cumple al pie de la letra con todo lo ofrecido cuando la compré, y hace menos triste la soledad  en que me encuentro al no haber tenido hijos, hay algo que, postrada junto a mí en mi lecho,  nunca podrá sustituir: el acompasado ritmo de un corazón enamorado, la calidez de un tibio cuerpo y la luminiscencia en la mirada de un ser vivo. 

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