En una cafetería, hay un joven escritor con cara de sufrimiento. Frente de él, unas hojas blancas y una pluma verde. Le trae de cabeza una tarea que le dejó un profesor del curso de cuento latinoamericano. Se trata de escribir un cuento de una página siguiendo al decálogo de Horacio Quiroga. Pero no le ha surgido ninguna idea. Además lo trastornaba la presencia de una joven barista que siempre prepara cafecito rico para él. Estaba enamorado de ella y acudía todos los días a la cafetería para verla. Como no soportaba estar sin mirarla de reojo, él no ha podido concentrarse en la tarea. Por momento, trató de leer otra vez el decálogo de Quiroga. Entonces le llamó la atención el cuarto apartado que decía: «Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.»

   Se encendió su pasión a la literatura. Lleno de confianza al ardor, cerró los ojos y empezó a imaginar en haber sido un gran escritor. Para él fuera muy fácil escribir un cuento, el profesor y los compañeros del curso le dedicaran alabanzas, lo enviara a convocatorias del cuento, ganara mucho premio, al final se convirtiera en un famoso escritor literario y entonces pidiera matrimonio a la chica de la cafetería….

   Contento por completo, esbozando una sonriza de satisfacción, él se abre los ojos. Frente de él, en la mesa, igual unas hojas blancas y una pluma verde que no ha trazado ni una letra. Paralizado, se echó un vistazo hacia la ventana y por unos segundos comtempló las nubes que frotaban en el cielo del verano. De repente, como si se le ocurriera una idea, tomó la pluma y empezó a escribir con ímpetu: «En una cafetería, hay un joven escritor…»

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