Salió de la cárcel completamente diferente de la manera que entró. Su cara pálida, sus ojos sin brillo, sus expresiones frías y su cuerpo lastimado. Bajó la escalera de la parada de autobús donde se encontró con Jeremy que la esperaba en frente de su descapotable con una sonrisa genuina que a medida que ella se acercaba se le iba desdibujando y se transformaba en una mueca de espanto al ver tan cambiada a su íntima amiga. Subieron al coche y llegaron a un bar donde se pusieron al día. El joven le contó como seguían las cosas por la ciudad y la muchacha le comentó de como habían sido esos meses encerrada, las amigas que hizo, el tatuaje nuevo que decidió hacerse y como había sido el trato de los oficiales con ella. Le dejaron propina al mozo y se marcharon de la cafetería.
Jeremy dejó a la presa en su departamento y se alejó estupefacto de como solamente dos meses en prisión la habían modificado tanto. Siguió su camino por las calles y mientras miraba los grandes carteles de la ciudad, divisó uno que le llamó demasiado la atención por la similitud física de aquella persona con su amiga. Decidió no pensar de sus terribles ideas y continuó caminando hasta darse cuenta del terrible error que había cometido. Corrió lo más veloz que pudo hasta la comisaria donde al subir al piso de la cárcel se encontró con su amiga en la celda, llorando y gritando que ella no había cometido delito alguno. Jeremy había liberado a la chica equivocada, a una asesina; le había sorprendido el comentario del tatuaje cuando el sabía de una promesa que ella había hecho de no hacerse ninguno; y el cartel de «se busca» dijo más de lo cualquiera imaginase.
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