Detrás de la escafandra

Detrás de la escafandra

Una estación llena es para mi como un mar lleno de peces. Me adentro en ella con mi tablilla y mis encuestas, aferrando mi boli como un arpón. Decenas de personas aburridas nadan a mi lado. Selecciono mi presa sin urgencia. Los smartphones han multiplicado el aislamiento pero aún muchos agradecen las preguntas que aligerarán la espera.

Desde el andén, mi orilla permanente, la gente que va y viene refleja el flujo permanente de la vida. Basta verles las caras para intuir el sentido de su viaje. Me pregunto si será igual en la calle, si podría hurgar en los rostros para entender si transitan por la vida como una obligación, una fiesta, una experiencia…

Imagino que, para mis víctimas, el andén será como una puerta mágica. Debe ser curioso atravesarla y reaparecer en otro espacio luego de sentir la tierra pasar agitada ante los ojos. A veces he pensado que yo también podría dejar de lado mi arpón y mis encuestas y descubrir el mundo que se abre cuando las puertas de los trenes vuelven a cerrarse. Quizás debería, pero me da miedo diluirme entre la gente.

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