El verano transcurrió sin una sola gota de agua. Bajo la roca roja no quedaba sombra. Al atardecer, el árbol muerto no resguarda y extiende su sombra para señalar el miedo de mañana. Bajo el sol todo el paisaje era tierra baldía.

Hacía mucho tiempo que transitaba este terreno hostil, trataba de explicarse cómo había llegado hasta este lugar, pero ese intento se transformaba en un rugido de silencio que vaciaba su pensamiento. Su corazón era una oquedad apagada. Se sentía incapaz de pensar una solución y no tenía coraje para continuar. Tres problemas que ella sabría resolver. Caminaba con la certeza de ir al encuentro de lo que más necesitaba y llegó a la estación del tren. De repente, desde el andén, pudo verla sentada en un banco como si estuviera a la espera de alguien. Calzaba unos zapatitos rojos, del color del fuego y en su regazo se acurrucaba un perrito lanudo y negro. Se acercó a ella y con la última esperanza que le quedaba preguntó: ¿Dorothy?  

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