Nos encontramos en la calle cuando caminábamos en direcciones opuestas y por casualidad nuestros ojos  se cruzaron. Sin dudarlo me volví  y la seguí sin acercarme. Estaba completamente seguro de que nunca antes habíamos coincidido, pero podía sentir que algo que nos unía. 

Mirándola por la espalda pude observar su ágil paso, el contoneo de sus caderas y los vaivenes de su oscura melena. Todo en ella era normal. No había nada que por resultar extraño, hiciera pensar que esa era la causa de mi atracción.

Desde el andén la vi subir al tren y me quedé tan vacío como impresionado; tan intrigado como entristecido.  Me hubiera gustado hablar con ella. Quizás con la conversación ese misterioso lazo de unión hubiera hallado explicación. Ahora ya era tarde. Ella se marchaba y nunca más volvería a verla…

Al entrar en casa un sobre blanco en el suelo llamó mi atención.  Lo abrí con curiosidad y dentro encontré la foto de la muchacha que acababa de encontrar.  Al darle la vuelta pude leer un mensaje que me heló las venas:

“Mi nombre es  Ana, no me conoces, pero soy tu medio hermana. Sólo quería saber como eras”

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