No lo vio venir. La cabeza,  sujetando el móvil, las manos ocupadas con el coche del bebé y unas cuantas bolsas. Gritaba y gesticulaba mientras caminaba decidida. Tampoco debió percatarse de la barrera bajada,  porque  no aminoró la marcha. Todo ocurrió en segundos y creí que el corazón se me paraba. Desde el andén intenté gritar, pero no fui capaz de articular sonido alguno.

Cuando llegué, el bebé lloraba y ella se aferraba con fuerza a las manos que,  en el último instante,  les había detenido. En el suelo y heridos, pero fuera de las vías.

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