Mi padre vino de la sierra, llego a la ciudad en los años 50, debía hacerse cargo de lo que su padre dejaba atrás y sustentar a su numerosa familia. El me platicaba del caballo negro en que su padre recorría los caminos que lo llevaban un día y lo regresaban meses o años después, durante mi infancia cada 8 días visitábamos a su familia, yo tenía tíos y primos en cada paso que dábamos, eran las huellas del caballo negro.
A 5 años de su muerte mi vida transcurría normalmente, esa mañana tomé el metro, estaba parado esperando a que llegara así que hubo tiempo de mirar la marea de gente desde el andén; repentinamente lo vi, su traje color café, sus zapatos impecables, el cabello completamente blanco y en la mano derecha su maletín, el corazón casi se me sale por boca, pero se quedó atorado con el estómago que ya ocupaba mi garganta, su andar apurado, la vista al frente y la cabeza erguida, ¡era mi padre!, intente seguirlo pero fue imposible, lo busqué por 3 días seguidos y nunca lo volví a ver, no creo en los fantasmas, pero estoy seguro que era él.
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