Su olor fue impactante, su presencia impregnó el ambiente. Mis ojos se fijaron en su simétrica figura. Con el vaivén de su pelo, oleadas de rosas surcaban el aire agobiante de la cotidiana mañana. Era una visión angelical que a más de un somnoliento pasajero hizo voltear, sin distinguir género, los ojos masculinos en voraz lujuria y las fémina en vulgar envidia que se descubrían al murmurar. La puerta del vagón se cerró tras su paso y con ella se quedó el pasado. El sonido fue duro y seco, el impacto del hombre contra el cristal de la puerta fue contundente, su transpiración empañaba el cristal, una marca escarlata tiñó el preciso sitio de impacto donde un grito seco y sordo dejó oírse. El ruido hizo que ella volteara y todos al unísono también la acompañamos en el gesto. Él se limpiaba el labio roto. Ella lo miró con odio profundo y él suplicó. Minutos eternos, y al arrancar el tren ella tambalea cayendo en brazos de un joven fuerte y apuesto, no lo pensó y se besaron apasionadamente mientras veía como  aquel hombre sollozando y de rodillas los miraba desde el andén.

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