Seis de la mañana, sonaba el despertador. Todo el mundo ¡arriba! Cecilia, Walter y Federico, mis hijos, debían concurrir a la escuela y yo a mi trabajo. Con frío o calor, caminábamos varias cuadras hasta la Estación de Fiorito para abordar el tren que se dirigía a Puente Alsina.

Este andén y otros andenes, fueron testigos de tantos acontecimientos que permanecen en mi recuerdo; algunos de ellos buenos y otros no tanto. En él, entablaba conversaciones con mis vecinos respecto al fútbol o el cumpleaños de algún familiar, sobre despidos o algún aniversario; y hasta por el fallecimiento de alguien.

Una de esas mañanas esperando el convoy, ocurrió algo inesperado; un hombre se suicidó a la vista de todos. Se fue acercando lentamente y cuando el tren llegó se arrojó en las vías.

Algo más optimista ocurrió otra mañana. Cuando mis sobrinos recién casados realizaron su fiesta en un salón de ese andén.

Muchas veces tuve miedo. Recuerdo que como emigrante, cuando tenía doce años, mi familia y yo hacíamos transbordo en Posadas y debíamos esperar en el andén a que el tren maniobrara. Yo pensaba que se iba y nos abandonaba.

Desde el andén… yo vi pasar la vida.

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