Esperando esa bonita tarde de futuro

Esperando esa bonita tarde de futuro

Allende el Mediterráneo, sobrevolando los Pirineos, dejando atrás kilómetros de raíles desde Asti, un tren con destino Piacenza atraviesa el andén de su estación.

El viento que a su paso deja el convoy desplaza sus cabellos caprichosos, uno a uno, pero juntos todos se mecen a un lado, a otro. Sus ojos escudriñan una a una las ventanillas. Mientras, su reflejo en cada una de ellas, rellena un pequeño álbum de fotos que discurre en movimiento, cada vez más lento:

Primero ilusión, después esperanza. Por último angustia, dolor, pena…

El tren se detiene, y cada paso inseguro busca el rostro de esa persona, la persona. Cada pasajero borra su imagen cuando detiene sus ojos en los suyos. Cada hombre que desciende el último escalón tiene que ser el penúltimo, piensa. Baja uno, otro… pero él no está ahí.

Megafonía: Último aviso. Los vagones cierran sus puertas. El silbido del maquinista aniquila toda esperanza. Las vías se estremecen, el gigante de hierro reanuda el paso, y su corazón, que ya no admite más carbón en la caldera, se hiela.

Tan solo mencionó alguna vez un tren, una tarde y un quizás… Pero esto mañana, ya no contaría.

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