Como si tuvieran la coreografía ensayada, los trenes entran a la vez en la estación, tachando a la gente a su paso. Un instante antes de cruzarse, ella queda enmarcada entre ambos, depurando el aire viciado, coloreando el madrugón de ese martes de agosto.
Ángel inmortaliza su belleza lisérgica mientras los viejos frenos aúllan de miedo a no volver a verla.
Alientos podridos y fragancias de marca se arremolinan dentro del vagón, haciendo que Ángel arroje su mirada al suelo para concentrarse en sus vacaciones. Pasará la semana siguiente navegando por las islas griegas.
De un bocado, los trenes desaparecen arrastrando miles de vidas hacia los dos sentidos de una misma oscuridad.
Aunque la estación haya quedado desierta, ella permanece impecable, completando con su rotunda sonrisa el mensaje gigante: «Descubre las Islas Griegas a mitad de precio». De fondo hay unas casitas blancas de ensueño y un mar intenso, salpicado por un texto diminuto que detalla las condiciones de pago.
Enseguida llega el nuevo goteo de gente, y Mario se detiene justo enfrente de ella, observándola con media sonrisa boba desde el andén contrario.
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