El infierno desde el andén

El infierno desde el andén

Te veo en el coche de pasajeros de pie, frente a mí, apoyada la mano abierta contra la ventana, el cabello recogido, la diadema de terciopelo, los tirabuzones a lo largo de tu cuello tan desnudo, cabizbaja. Espío tus dedos colarse por el corpiño, asir un pecho, manosearlo con firmeza, retorcer el botón cubierto de saliva, mostrármelo con disimulo por el escote.

Apenas leo el destino en la palma de tu mano a través del cristal empañado, que ya acomodas la sombrilla de Formosa entre los muslos, bajo las enaguas, te frotas rítmicamente con la empuñadura, la impregnas de tu sabor a través de las calzas de encaje, sientes la marea de sangre, me observas endurecer.

Súbitamente, desde el andén, la locomotora silba vapor en blanco, resopla, resopláis calientes por vuestras bocas, iniciáis el movimiento, temblando tras cada sacudida, aceleráis el ritmo, jadeáis, chilláis, chillas, y tu imagen se corre de nuevo como acuarela húmeda, en cada estación.

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