Son tres kilómetros de la estación al pueblo. Tú dices que caminaríamos dos si empezamos en la casa pero yo sé que son más.

-Era domingo pero parecía cualquier tarde de viernes-

Cuando recién salíamos ayer de entregar las redes de duraznos junto a la terminal – le dijo-, no me viste pero corrí hasta allí y me subí a la banca de un sólo impulso para comprobar, desde el andén puede mirarse el sauce torcido donde dejé el arnés, la era alargada con su corral de chivos, incluso el campanario con el Tío Juan a punto del repique.

No se a ti pero todo me da la impresión de haberlo visto antes, antes cuando el viejo aún no se marchaba, en la temporada de las lluvias y de los conejos.

-Pensó por un instante y continuó-

Si preguntas qué prefiero, escojo colgar nuevamente de su espalda, otra vez para cruzar el río, robar su paliacate, ponerme su sombrero; moriría con él pero ahora sólo como en un juego.

-Terminada la conversación regresó el silencio –

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