Llueve y no estás.

Desde el andén veo el ir y venir de los trenes. Oigo el bullicio sin escuchar realmente. Espero aquí, en un espacio abierto, entre la gente sin rostro que corre huyendo de la lluvia y el arrullo de las frágiles gotas de agua.

Pensándolo bien, el tren que llega es lo único real, la estación anterior ya no existe y la siguiente aún no está.

-¿Vendrás en él? Sonrío, ¡absurdo!

Añoro tus rasgos afilados, tu rotunda sonrisa y esa mirada profunda, penetrante, como pozo verdinegro que llama  a entrar en él.

Casi olvido el origen del adiós, ¿fue mi temor a no ser la única? ¿Acaso tu vanidad exacerbada? ¿Quién hubiera imaginado nuestras no coincidencias?

-No lo llames más.

Dijo esa voz impersonal y fría a través de un teléfono cualquiera. ¿Dónde estabas tú?

En realidad la traición verdadera fue la actitud deshonesta, inmadura, artera, sin embargo, todo queda en el pasado…

La lluvia lava mi rostro, una sensación de paz me inunda  suavemente, en el horizonte surge un haz luminoso, mi futuro es consecuencia de mis actos. Hoy, en este andén, firme y segura, espero abordar para llegar a una estación mejor, tranquila y placentera.

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