DESDE EL ANDEN
Me pasaba el tiempo sentado en el banco próximo a la estafeta de la estación, contemplando desde el andén maletas repletas de sueños, estrofas sueltas de una triste despedida y olvidados en los vagones, besos de enamorados. Cada tren que llegaba y se iba, era otro que yo me perdería, una aventura que de ninguna manera podría vivir. Esto hacía hasta que vi a una anciana encorvada mirarme con cara de susto. Quizás la desconcertó la azulada palidez de mi rostro, el eco metálico de mis pensamientos o tal vez las oquedades de los ojos. No volví más por aquel lugar amueblado de tanta nostalgia. ¡Ni muerto le dejan a uno tranquilo!
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