Voy a perderlo. Lo sé. Veo que continúa ahí parado. Yo, en el ascensor acristalado. Pego la cara en el espejo y hago vaho. «Por favor, que me dé tiempo» ̶ murmuro. Es de noche, exactamente las 24:05. La hora de salida del tren. El revisor está inmóvil en el apeadero. Lleva una graciosa gorra roja. Toca el silbato. «No, espera» ̶ grito mientras golpeo la puerta. No me ve. Crash. «Lo que faltaba». Una avería. La cabina se detiene. «Ahora si que no lo cojo». Oprimo todos los botones aceleradamente. El interventor baja la señal de aviso. «Tendré que dormir en un hostal». Al fin, presiono el ámbar, la alarma. Suena estridente. Desde el andén, se levanta la visera y me sonríe. Tiene los ojos azules. Como el mar que veré al llegar a casa. A toda prisa. Acompañada únicamente por una maleta. Bajo la cortina y cierro los ojos. Acomodada en el asiento con ventana.
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