En el tren y sin una razón para viajar pero con mil razones para vivir y exprimir el tiempo llegó a su querida Roma.

Desde el andén un mes más tarde esperaba al tren que le devolvería a la realidad después de sacar todo el jugo al viaje. Pensaba en el verano que había pasado fugaz, en esa alegría que suele llegar con el buen tiempo, en el que sales de casa después del recogimiento invernal y en las ganas que te entran de recorrer cada rincón del mundo.

Durante el verano había buscado el descanso, pero tenía la inevitable necesidad de comerse el mundo, de vivir cada momento como si fuera el último, y no había sido capaz de encontrarlo.

Sabía que en el tren de vuelta encontraría el reposo. Era el lugar donde su mente paraba y se sentía tranquila. Allí recorrería cada lugar visitado, cada experiencia vivida y trataría de apresarlos en algún recoveco de su corazón, con el fin de que no se escaparan tan rápido como aquel verano.

En el tren, sin una razón para viajar pero con mil razones para vivir. 

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