—Usted siempre está aquí, ¿verdad?

—Solo cuando llega. Me gusta verla bajar del tren desde el andén.

— ¿Quiere usted que hablemos?

—No, no. No se debe romper con sonidos el encanto de una imagen.

—Tiene razón.

Lena, sonriente y oronda, taconea hacia la salida. También a ella le gusta verle al llegar. Es tan agradable saber que aquel hombre la espera silencioso cada día…

Lleva su bolsa con el almuerzo; ensalada de arenques, lomo de Alsacia con repollo morado, y una preciosa manzana. Lo comerá en el banco de atrás de la tienda, viendo el lento pasar de las barcazas de carbón por el canal.

Gustav la mira alejarse hasta desaparecer. Hoy es martes. Se acercará a la oficina de correos y recogerá los paquetes de los polacos y de los albaneses. Mirará con ojos ilusionados los sellos que más tarde le regalarán. Por la tarde, se acercará a la explanada y escuchará, sentado sobre una silla de hierro, el ensayo de la banda de viento de granaderos de Oderberg. A la noche, en su cuarto de la pensión, escribirá un buen rato en un grueso cuaderno. Luego, hundido en el mullido colchón de lana, dormirá sosegado.    

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