Me despertó un pitido. Me levanté del asiento sobresaltado, revisando de reojo que no quedara nada en mi sitio, y bajé de un salto los dos escalones. Desde el andén pude comprobar lo tremendamente largo que era aquel tren. ¿Cuánta gente habría hecho mi mismo viaje? ¿Cuántos continuarían hasta la próxima estación? ¿Cuántos seguirían durmiendo, felices, sin darse cuenta que su parada quedaba ya atrás? Oí un segundo pitido, esta vez de silbato. No sé por qué, pero me quedé allí mirando como el tren comenzaba a moverse lentamente. Al pasar el segundo vagón me fijé en una chica que leía una revista. Ella me miró asombrada, miró nuevamente su texto y, sorprendida, me volvió a mirar… Emocionada, pegó a la ventanilla de su asiento el texto que leía mientras me hacía señas para que lo viese. Aceleré mis pasos junto al tren para no perder esa ventanilla. El texto comenzaba así: “Me despertó un pitido. Me levanté…” ¡No podía ser! Era mi vida. La chica fue rápidamente hasta la última hoja y, guiada por su índice, leyó el final del texto. Me volvió a mirar y me dijo tras el cristal: “No te preocupes… Todo va a salir bien”.

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