La tarde que Alicia sintió la rigidez completa de los dedos de su mano derecha interpretó que la muerte le enviaba un primer aviso. Recogió cuatro recuerdos en una maleta pequeña, se puso un traje de flores amarillas de su juventud y se sentó en el banco de la estación. Su sobrina fue a buscarla en aquellas ruinas para hacerle ver lo ridículo que resultaba esperar un tren que no pasaba por esas vías desde hacía veinte años.
Desde el andén Alicia sólo atendía a la inminente llegada de un convoy.
Prometí esperarlo hasta la muerte, le dijo.
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