Me quedé en silencio una vez más delante de ti. El problema no era el habla, sino la mirada. Los ojos en continuo movimiento buscando un lugar donde descansar en aquella inmensa habitación.

A escasos metros de mi, el alboroto de una conversación imposible. El trascurrir del tiempo a toda velocidad. Como un tren de infinitos vagones que observaba desde el andén, mientras mi cuerpo se iba acartonando por momentos.

A mi alrededor, el color violeta y malva de los sofás lo impregnaba todo de una sensación a la vez cálida y sombría. La belleza de las pesadas y calurosas telas arabescas, me recordaban esa realidad que era tu mano leve sobre la mía. El infinito de tus ojos oscuros, tu hablar pausado. El olor embriagador de tu piel.

Y en frente de mi, esa otra realidad que era indiferencia y desprecio. Que me ataba las manos y sellaba mi boca. Que no daba descanso a mis pupilas. ¿Así me quieres amor? En este mundo que no es el mío, en el que la devoción por tu ser se convierte en tortura, yo observaba el tren de tu felicidad mientras te deseaba aun con locura.

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