Sólo la soledad como compañera desde el andén, donde anden con aire de grandeza los sueños perennes en la piel, haciendo grato el camino no andado… hay susurros y sonidos de metales, se dispersan los males sabiendo que viajo, entendiendo que no hay atajo para ser feliz. Será cuestión de tiempo enredarme con un tempo y los cascos puestos a honesto volumen. Añoro la inocencia del niño que vive en lo profundo de mi ser, queriendo saber, cuestionándolo todo, intentando averiguar el modo donde se recojan las experiencias, sin importar cicatrices. La actitud serena del adulto como directrices del paseo, ese que haga con los dedos mientras te imagino, sin tino volando con el trino de pájaros, a cada parada que no me lleve a mi destino, como sino de disfrutar el viaje en sí. Hay un puente entre la mente de lectores que deslizan por su paladar ese mar de ideas, emociones pasajeras que brillan en la memoria de melancólicos y también de los felices. En cada recodo, por los costados, hasta lo profundo de la gratitud, como alud que embarga y llena de vida con cada herida en la contradicción de cada cuerpo, que lee, vive y sueña.

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