Desde el andén solo podía distinguir dos cuerpos fundidos bajo la lluvia en aquella oscura noche de otoño.

Sus risas se dibujaban en el aire húmedo con una nitidez que hería mi alma. Sus bocas se entregaban con vocación de eternidad.

Envidié ese amor, esa pasión, durante años. 

Luego vinieron los devaneos de los dos y aquellas salidas de tono tan suyas.

Supe de sus miedos, de sus desesperanzas. Supe del silencio que se instaló entre ambos poco antes de su última ruptura.

Fuí testigo del mazazo que supuso para mi amigo, a pesar de tantdos años de ausencia, la prematura muerte de Elisa. Muerte que lo llevó al borde mismo de la locura.

Cuando hoy recordamos aquellos tiempos, si alguien pregunta qué les pasó, él se limita a esbozar una leve sonrisa, algo triste quizá, pero que lo ilumina con la fuerza de la vida, del amor. 

Entonces vuelvo a oír la risa de dos cuerpos que buscan fundirse con prisa, vehementemente, antes de que el tren del desamor los alcance.

Entonces me vuelve a invadir la vieja envidia, que vive agazapada, oculta entre las sombras, inmóvil, observando la vida… desde el andén.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus