Las doce de la noche. El reloj de la estación se fundía en los brazos de la luna. Carmen, sola en un banco, temblaba; no sólo por el miedo, sino porque lo que estaba a punto de hacer no tenía nombre.

   En diez minutos llegaría el tren que cambiaría su vida. La monotonía había ido apagando su fuego…Hasta que conoció a Hugo, su amor virtual, que había hecho brotar lo que el olvido había enterrado.

   Se habían visto sólo una noche. Entre risas y copas, bailaron abrazados y se amaron como dos locos hasta el amanecer. Se despidieron entre besos y promesas. Y allí estaba Carmen, sola ante un futuro que deseaba y temía.

   Llegó el tren y subió decidida; sus hijos estarían ya dormidos como angelitos…Negó con la cabeza y se refugió en el recuerdo del aroma de aquel cuello, el fuego de aquellos ojos…

   Un mensaje de móvil la sobresaltó: «Buenas noches»; era su marido, y su forma de decirle «Te quiero». Tragó saliva y respiró.

   El tren partió puntual y, desde el andén, una sombra de mujer lo despidió con la mirada empañada. Cogió la maleta y con determinación emprendió el camino, de vuelta a casa.

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