Por fin, después de tantos preparativos la mole de hierro atravesaría sus primeras horas.
El maquinista y el carbonero miraban al personal que se arremolinaba y les observaban desde el andén… con sus distinguidos sombreros… sus elegantes trajes… y barnizados y pulidos bastones; éste era el objeto más preciado del carbonero, quizá porque se asemejaba a la empuñadura de su pala, salvo por el brillo y la suavidad que intuía, la distinción y porte que imprimía a su propietario.
Se perdió hipnotizado en aquel desfile de bastones, probablemente intoxicado por los gases que se acumulaban en aquella maldita caldera, en la que la presión aumentaba al ritmo del movimiento de sus brazos, que recogían carbón del estanco y la alimentaba de forma insaciable.
El maquinista comprobó la presión de la “olla” y viendo que todo estaba correcto tiró de la cadena que soltando presión en la estrecha chimenea la hacía reverberar con un agudo silbido Piiiiiii….. Piiiiiiiiii.
El carbonero al escuchar el silbido entró en contacto con la realidad y se fijó en sus manos, gruesas, áridas, negras… negras como el carbón, como el carbón que alimentaba a la maldita caldera, sus manos no descansarían nunca en un bello bastón.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus