No sabía dónde esconderme, no debía verme, pero ya era demasiado tarde, él no paraba de sonreír…
Conocí a Pablo a través de un correo electrónico que recibí por error, pero era gracioso, tierno y me gustó. Además coincidió en un momento de mi vida terriblemente aburrida y rutinaria. Así que me dije: ¿Y porqué no contestarle?
Empezamos una relación vía e-mail que dura ya seis meses. Cada correo es más intenso de sentimientos, de ternura, de complicidad.
Aquella noche Alberto, mi marido, se fue a la cama a las diez y media, como siempre, después de darme un beso en la mejilla, como siempre. Corrí al ordenador en cuanto cerró la puerta de la habitación.
Amor, a las 23,30 llegaré a la estación. Tengo muchas ganas de verte. ¿Cómo nos vamos a reconocer?
Me da miedo no gustarte.
ANA
Al rato, me contestó:
Ahí estaré cariño. No te preocupes, tú asómate a la ventanilla y seguro que por mi sonrisa me reconocerás.
Ana, tú ya me gustas.
PABLO
Ya en el tren mirando por la ventanilla, buscaba esa sonrisa y la encontré, pero…¡no podía ser! Era Alberto, mi marido que, desde el anden, no dejaba de sonreírme.
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