Llegaron a la terminal andando ligeros, de la mano, deprisa pero con pasos firmes y decididos, seguros de la decisión de dejar atrás todo y escapar juntos. Él, de su hastiada vida, de un matrimonio aburrido, de trabajar sin medida, de una rutina asfixiante. Ella, cansada de los golpes, de los hijos desagradecidos, del amor consumido. De ser un objeto más de las cuatro paredes en las que hacía años, se sentía arrinconada. 

Encontraron en sus ojos las miradas en las que se ambos se comprendían y compenetraban, y que gritaban deseo, sin ni siquiera separar los labios.

Se embarcaron desde el andén, en el tren que les llevaría a una nueva estación de la vida, desconocida para los dos.

El mundo entero se ponía a sus pies. 

Habían perdido el miedo, y ganado el pulso a sus destinos.

Y aunque la suerte les volviera a dar la espalda, se juraron… sin necesitar altares ni ceremonia ninguna, que jamás se dejarían. 

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