En la barra del <Café los Tangos>, vaciando a tragos cortos y espaciados media botella de aguardiente mientras divagaba con las viejas y tristes letras de las tradicionales melodías argentinas, ¡música celestial! en “la ciudad más innovadora del mundo”, reconocí mi propia angustia existencial en el rostro compungido de un hombre al borde del llanto que entró pidiendo al paso una cerveza que le llevaron fría y espumosa a la mesa más alejada del bar.

Su expresión era tan impresionante que atrajo la vista de todos, pensé en “el Grito” de Munch y clamé  por tener el coraje de atender su angustioso llamado, quizá compartiendo historias y soledades. Estuve mucho tiempo contemplando  aquel cuadro real de hombre desesperado al frente de un vaso de licor que toca con sus dedos y no se atreve a besar, antes de transformarse en naturaleza muerta de vaso lleno y dinero sobre una mesa; seguí intrigado a este prestidigitador hasta que entró al exclusivo club social de la ciudad, la curiosidad me impulsó a observar desde el andén, por la ventana del salón de billares, cuando pidió las bolas e  inició un juego crucial contra sí mismo.  

Elkin Vargas Pimiento

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