El chico venía corriendo a la chica por el andén de la estación.

Ella gritaba a quien quisiera oírla, que no lo quería más.

Me hiciste quedar mal delante de tus amigos.

Diciendo que saldrías con otra si se presentaba la ocasión.

Y cuando busqué una salida, me dijiste que no eras hipócrita.

Qué lo harías sin dudar.

¿Qué clase de amor es el tuyo?

¿A qué estamos jugando?

Al juego de las infidelidades no quiero.

No me siento insegura.

Pero quería tenerte para mi sola a partir de hoy. ¿Está mal pensar

así?

Todo esto ocurría ante la indiscreta e incómoda presencia de

algunas personas, que ante lo apasionado de la escena, no

perdían detalle de los hechos, mirando desde el andén.

Él intentó abrazarla sin pronunciar ninguna palabra.

Ella lo rechazó y cuando llegó el tren, subió sola.

Él quedó desamparado, minutos antes del atardecer, viendo como se marchaba.

Pensó seguramente en las noches de amor que habían perdido, en los hijos que no tendría con ella y en que no le había preguntado el nombre, ni le había pedido el número del móvil, porque se habían conocido aquella mañana. 

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