Había llegado demasiado temprano a la estación, para mi viaje acostumbrado Fuengirola-Málaga. La inactividad forzada, tiene como consecuencia que la mente se active. A veces se adhiere a la nostalgia…Érase una vez otra estación y otro tren. Desde el andén, los vi llegar apurados, con su ropa de los años cincuenta. El tren pitaba su despedida. El abuelo, con traje gris y camisa blanca, acomodaba en el portaequipajes, dos maletas de piel gastada. La abuela, con vestido negro, disponía bocadillos y naranjadas en una mesa entre los asientos. Nosotras con faldas azules, camisa a cuadros y largas trenzas, compartíamos el libro «Mujercitas». Mientras comíamos, el abuelo nos contaba lo que íbamos a conocer en la capital. Lo mirábamos embelesadas. Se escuchaba el triqui-traca-triqui-traca característico… La llegada de mi tren, el de ahora, me volvió a la realidad. Desde el andén, miré la gente de siempre, compañeros de viaje diarios, que verían con extrañeza mis ojos húmedos y mi sonrisa melancólica

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