Desde el andén, les gritó que se portasen bien con los abuelos y les hizo gestos para que no olvidasen los bocadillos que llevaban en la mochila. Desde el andén, echó un último vistazo a sus caderas torneadas bajo los vaqueros recortados, mientras se prometió que no dejaría pasar otra oportunidad a su regreso. Desde el andén, vio cómo dos mochileros le ayudaban a acomodar su equipaje, pero no tuvo tiempo de dedicarle una sonrisa porque su cabeza canosa ya había desaparecido bajo un periódico desplegado. Desde el andén, les lanzó un beso y avanzó hacia la salida, donde le esperaban los ladridos de un labrador color miel, más excitado que de costumbre. Desde el andén, le vio alejarse con sus zapatos abotinados y su traje de raya diplomática, y se preguntó cómo le iría en la entrevista de trabajo. Desde el andén, apuró el café en vaso de plástico y se dio cuenta de que había olvidado entregarle el portátil que aún llevaba en la mano.

Pero el tren ya se había puesto en marcha aquella mañana soleada de 24 de julio.

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