Era lunes y, como cada lunes, tenía sueño… También como cada lunes cogió el tren para ir a trabajar. Siempre viajaba en tren. Le gustaba desde pequeño. Imaginaba que recorría el mundo entero viviendo las más increíbles historias. Después creció, y pasó a preguntarse qué harían las personas que viajaban con él: el tipo del traje que siempre se sentaba al lado de la puerta y en el que adivinaba un hombre de negocios, la mujer que subía cada día con el periódico, aquel muchacho rubio que llevaba una mochila enorme y botas de montaña que delataban muchos kilómetros caminados… En todos aquellos viajeros buscaba personajes. Ese era su secreto, ahí estaban los comienzos de las historias que contaba en sus libros. Pero aquel día algo cambió. La mujer del periódico subió,  también el ejecutivo de al lado de la puerta, y muchas otras personas que en absoluto le parecieron interesantes, porque aquel día miró hacia afuera, donde una niña con coletas, abrigo abrochado y un pequeño maletín parecía esperar algo y miraba con sus grandes ojos negros el tren. Y así, desde el andén, y sin saberlo, aquella niña se había convertido en la protagonista de su próxima novela.  

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