Mi vida, que siempre giró en torno al muchacho, torna a su fin. Ya de niño fue bastante débil. Pasto constante de mil y una enfermedades… La peor de todas, aquella que empezó a contraer (reiteradas veces) a la tierna edad de veintisiete años. Tanto recayó en ella, que no es de extrañar que acabara casado con aquella lagarta.
Y ahora, que veo como se aleja de mí. Que… desde el andén alcanzo a comprender, quizás por vez primera, como su tren se despide de este pueblo del que no llegaré a salir jamás. Y por fin, después de tantos años, puedo respirar aliviada.
¡Qué esa tonta, que tanto empeño ha puesto, se lo quede! Que yo ya estoy harta de aguantar al niño de las… narices.
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