Eva, tenía un matrimonio casi perfecto, de no ser por considerarse muy imperfecta; despertó aquella mañana de invierno  recordando ese sueño tan vívido donde sostenía a su pequeño hijo en brazos y al que besaba con amor; afrontaría su triste realidad al despertar; sola  como era costumbre pues su hombre se habría marchado de madrugada, sola podía escuchar el ruido ensordecedor del silencio.

 Más tarde, tal como era rutina, preparaba café y  pan para desayunar, leía las noticias y de nuevo le invadía la tristeza como cada mañana. – ¿Por qué es tan difícil concebir en mis entrañas?- se preguntaba. El andén de la vida le habría preparado una mala jugada. Médicos, religiosos y brujos… nadie podía ayudarla. La soledad invadía su casa y su corazón, no sabría hasta cuando soportaría éste dolor.

Eva prefería alejarse del mundo de vez en cuando, ocultarse en un lugar donde no tuviera que recordar la sensación de impotencia: permanecer en casa.

 Esa misma tarda de aquella fria mañana de invierno, Eva decide quitarse la vida, se atrevió a desafiar los designios de su Dios, a quien le había entregado antes su confianza, pues el milagro de la vida a su puerta nunca tocó.

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