Desde el andén se podía ver que se estaba muriendo, los tallos blancuzcos y sin hojas, daban cuenta del olvido, Isabela había enfermado y llevaba dos meses fuera.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

Atravesé el patio,  acaricié sus ramas huecas, dentro se había ido la vida, la tierra cuarteada era la muestra evidente del descuido, intenté salvarla, la regué con la esperanza de revivirla.

Así se muere el amor, se descuida y se seca, como ese arbusto; las demás aseadoras dicen que no les pagan por regar las matas, y pasan indolentes por su lado, a sabiendas que este calor que quema, y este sol abrasador puede matar al más fuerte de los seres vivos si no se hidrata lo suficiente.

Así le pasa a la abuela de mi comadre, se quedó en el ancianato, ya sus pupilas no brillan, don Gregorio murió después de un penoso cáncer de piel, ya no la acompañan su risa, ni sus chistes flojos sobre jubilados, ni la mirada cómplice, ni el abrazo cálido en la madrugada, Antonio su hijo mayor no volvió, y Gino viene dos veces al año, el día de madres, y la navidad; y ella, como la planta en mi trabajo se va secando.

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