Camina sigilosa, con el ojo agudo y el oído afinado, lista para percibir y ayudar a todo aquel que quisiera su intervención. Escuchando cada conversación, quejido, pelea, discusión que dejara en claro que era el momento de actuar. Caminando despacio, galante, haciendo alarde de su poder, aunque algunos se les escapaban, pero siempre con su orgullo bien puesto. Invisible, suave.
Todas las calles están vigiladas por ella que anhela tender su mano y quitar el sufrimiento de quienes sueñan con acompañarla, o sencillamente en un arranque de cólera la llaman o la buscan a la fuerza. Nunca se niega a prestar su servicio, siempre sonriente y en un abrazo tiernamente comprensivo, les permite sumirse en un suspiro liberador.
Todo lo hace desde el andén, no requiere otro lugar para hacer su tarea. Que es su razón de vivir, su existencia en sí misma. Hermosa, tentadora y aterradora es la amiga de muchos y rechazada por la gran mayoría. Ella no entiende por qué la desprecian si es paradójicamente parte de la vida.
Ella entiende lo duro de su naturaleza; finalmente hace parte de un ciclo inevitable. Ella, la muerte, persuasiva sigue su camino, desde el andén. No necesita otro lugar.
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