Les había seguido con la mirada desde que entraron en la estación. Despertaron mi interés porque aunque era una pareja joven, parecían no tener nada que decirse. Desde el andén, casi vacío, pude observar todos sus movimientos sin llamar su atención. Me di cuenta de que se acercaron a la biblioteca del metro y que él escogió una novela.
Cuando llegó el tren, ella se sentó junto a la ventana, con la mirada perdida en el vacío. Durante los minutos que pasaron antes de que sonara el silbato, advertí que una perlas rodaban silenciosamente por su cara. Si no fuera por eso, apenas se apreciaría el rictus de tristeza dibujado en su cara. El hombre,enfrascado en la lectura, era completamente ajeno a lo que le pasaba a su compañera.
Fuera, de pie, quise transmitirle afecto con la mirada; excusarme por mi insistencia en mirarla. Percibí que sus ojos, escondidos tras unas gafas oscuras, sin perder la dignidad, me decían: «No puedo evitarlo».
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