Aquí en mi Orizaba, desde las cinco o seis de la tarde se llenan algunas calles de puestos ambulantes donde los vendedores ofrecen ricos alimentos, desde la fast food que ha invadido el mercado internacional hasta lo típico, y dentro de esta categoría entra el Chileatole. No sé cuantos turistas se preguntan “¿Qué demonios es?” Pero quizá sepa cuantos dicen “¿Me sirve otro, doñita?”; hoy tengo que salir de mi ranchito, ir a otra ciudad, un nuevo destino y desde el andén número cuatro, donde el autobús 2645 se estaciona, puedo percibir el aroma picante y dulce, maíz y chiles, las caritas sonrientes de los chamacos que le dicen a su mamá “¡cómprame uno!” cuando las señoras no llevan ni un quinto en los bolsillos, y las personas amables que se aventuran a regalar alimento al necesitado dicen “¿lo vas a querer con chile en polvo?”. Hoy parto, y regresaré en dos (eternos) días, dos días en los que conoceré otra gastronomía pero añoraré la propia de mi ciudad en el valle. Ansío comer un platito, así con azúcar como en la ciudad de Córdoba, Veracruz; o a la vieja usanza: con queso y mayonesa.
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