En el poniente pensaba Oscar observando una paloma como si fuese una gaviota que desde su cubículo esbozaba una sonrisa, no obstante, su jefe creaba en su escritorio una sacudida con montañas de documentos que le ensombrecían la escasa luz del sol, e iluminado por la bombilla quien se convertía día tras día en su fiel compañera, recordándole que debe trabajar en el sueño de otra persona olvidando el propio que alguna vez lo hizo sentirse vivo y por el cual el poniente como destino y gaviotas reemplazando aviones complementaban nuevamente su brillo, el cual desaparecía como agua en bolsillos.
  

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