Cuestión de tiempo

Cuestión de tiempo

«Ahora resulta que la serie The Expanse no iba tan mal encaminada». Lo digo entre dientes apretando tanto las mandíbulas, que parece que me van a estallar las sienes. Dentro de este cubículo acristalado el calor es insoportable, con el nuevo uniforme que recuerda demasiado al Gran Moff Tarkin de La Guerra de las Galaxias. Muy adecuado, si tenemos en cuenta lo que se nos viene encima.

Según la puta de Lucy Brady, una de las grandes jefas tecnológicas de la empresa, esta bolita repugnante que tengo junto a mí, tiene una voz más agradable que la de cualquier empleado humano, lee las matrículas de los coches y es capaz de predecir qué podría pedir el cliente basándose en sus hábitos y en la hora del día. Además, la bolita no se equivoca al recoger el pedido como puede ocurrirme a mí. Por si fuera poco, no se estresa ante situaciones de presión provocadas por clientes maleducados o agresivos y ahorra tiempo al no tener que introducir la información a mano. Dice también que otra ventaja de este sistema es que la comunicación cliente-máquina será más clara ya que en muchas ocasiones, entre micrófonos mal colocados y acentos extraños, es como intentar hablar con un marciano. Afirma que usar una máquina ofrece una manera de tratar al cliente de una forma más correcta y consistente. Se habrá quedado a gusto la muy…

Lo que no dice es que la bolita ni siquiera cobra la porquería de sueldo que nos pagan, no se queda preñada, no causa bajas médicas, no disfruta permisos, no necesita descansar y jamás se afiliará a un sindicato, por lo que tampoco hará huelgas reivindicativas. Y para colmo, durante unos días, yo seré la encargada de supervisar su funcionamiento hasta que pase a ocupar mi puesto cuando yo sea despedida.

Llega una parejita. El vehículo se detiene y el chico habla por la ventanilla, dirigiéndose a mí. Todavía no sabe que pronto seré historia.

—Buenas noches.

Es consciente de que la bolita escucha, cuando guardo silencio y señalo hacia ella. Entonces repite:

—Buenas noches.

—Buenas noches —responde la puta bola con una entonación sugerente—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Quiero un Pack… —estornudo adrede, pero el chico continúa— Familiar.

—Lo siento mucho, no le he entendido —responde con una carga especial de sensualidad.

—Un Pack Familiar —grita el joven como si se dirigiese a un sordo.

Demasiado tarde. He vuelto a estornudar en mitad del grito y preparo otro estornudo aún más ruidoso.

—Lo siento mucho, no le he entendido.

—Un McMenú Big Mac grande, un McMenú McPollo grande, un Happy Meal y nueve McNuggets, que es lo que viene en el Pack Familiar —vuelve a gritar el chico.

—Usted lo que desea es un Pack Familiar ¿es así?

—Esta tía es tonta… te lo juro —murmura el joven desesperado mientras la joven que le acompaña no deja de reír.

—Lo siento mucho, no le he entendido.

—Me cago en tus muertos ¿me has entendido ahora?

—Lo siento mucho, no puedo responder a esa pregunta. Estoy aquí para ayudarle.

—Quiero un puto Pack Familiar —repite remarcando cada palabra.

—He entendido «Un Puto Pack Familiar». Lo siento, pero su pedido no forma parte de nuestro catálogo de productos. Por favor, pruebe con otro.

—¡Hostias! —grita cabreado, haciendo ademán de abrir la puerta del coche, pero la chica se lo impide.

Los clientes que esperan detrás, comienzan a impacientarse y tocan el claxon.

—Deseo pedir un Pack Familiar —repite por enésima vez, ahora modulando su voz.

—El Pack Familiar está compuesto por un McMenú Big Mac grande, un McMenú McPollo grande, un Happy Meal y nueve McNuggets, ¿es eso lo que desea pedir? Diga «correcto» si es correcto o «no», si no lo es.

—¿Qué?

—Repito: el Pack Familiar está compuesto por un McMenú Big Mac grande, un McMenú McPollo grande, un Happy Meal y nueve McNuggets, ¿es eso lo que desea pedir? Diga «correcto» si es correcto o «no», si no lo es.

—Correcto —responde el joven armándose de paciencia.

La chica lo observa con los ojos muy abiertos conteniendo la carcajada.

—En unos segundos podrá retirar su pedido. Mientras, acerque su tarjeta de crédito al lector.

—Pagaré en efectivo.

Aprovecho para disparar el estornudo que tenía en la recámara.

—Lo siento, pero no le he entendido. En unos segundos podrá retirar su pedido. Mientras, acerque su tarjeta de crédito al lector.

—¡En efectivo! —vuelve a gritar, pero su voz apenas puede oírse entre la sinfonía de cláxones, y me mira angustiado.

Recojo su dinero y le entrego el cambio.

Un compañero llega con la bandeja y se la entrega.

—Muchas gracias. Espero que mi atención haya sido de su agrado —se despide la bola con una amabilidad exagerada.

—¡Adiós, cabrona! —grita el joven antes de salir pitando.

Sonrío porque sé que el «piropo» es para ella, no para mí. 

Entre otras lindezas, Lucy Brady afirma que, utilizando este sistema, el tiempo de atención al cliente pasa de los seis minutos y 18 segundos de 2019 a los cinco minutos y 49 segundos actuales. Yo, por el contrario, he contabilizado doce minutos y 19 segundos.

Me temo que no le falta razón a Elon Musk cuando argumenta que solo es cuestión de tiempo que casi toda la humanidad se quede sin trabajo en un futuro cercano y que los gobiernos —con impuestos a las empresas que usen estas máquinas de inteligencia artificial— deberán pagar un salario básico universal a todo el mundo.

Mientras un nuevo cliente detiene su vehículo para ser atendido, yo también me preparo. Por mucho que diga Elon Musk, intentaré que la aplicación de su teoría se aplace todo cuanto sea posible, aunque sea de esta forma tan rudimentaria.

—Buenas noches —exclama el cliente, aún con una sonrisa pintada en la cara.

—Buenas noches —responde la bolita, poniendo voz de actriz porno—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Quisiera dos Pack… —toso de forma compulsiva— Dúo.

—Lo siento mucho, no le he entendido —responde mi odiosa compañera con su voz insinuante.

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