La mañana se presentaba calurosa. A las 12 del mediodía el sol estaba casi en lo más alto de un límpido y transparente cielo veraniego. La terraza del restaurante de un hotel era el lugar elegido para el encuentro. Me asombraba mi tranquilidad. Los años me proporcionaron un sosiego que nunca tuve. Al llegar, dudé entre sentarme a una mesa o esperarle. Decidí aguardar dando una vuelta por los alrededores. Enseguida vi a lo lejos el coche de la empresa. Al ver el gesto de mi mano señalándole mi presencia, se dirigió hacia mí con paso firme. Le saludé con una breve opresión de mano acompañado de una forzada sonrisa.
Apenas pude reconocerle. Estaba más corpulento de lo que recordaba. Su enorme barriga, luchaba por librarse del estrecho cinturón que aprisionaba sus carnes. Su abundante cabellera juvenil había sucumbido al paso del tiempo, el escaso pelo que rodeaba su cráneo era de un blanco ceniciento. Mi salida abrupta de su empresa aún permanecía en mi memoria.
Aquel día tenía mucho trabajo, por eso no vi sobrevolar el peligro. El encargado me dijo que subiera al despacho del jefe. Abrí la puerta y me quedé de pie ante su mesa.
—¡Hola! ¿Me has llamado?
— Sí, sí, siéntate un momento. Te he llamado para comunicarte que desde mañana ya no necesitaremos tus servicios
—¿Pero, es que he hecho algo mal? pregunté alarmada
—No, no, es que no necesitamos tanto personal, ese es el motivo, prescindiremos de los últimos que han entrado
—Pero yo no soy la última, después de mi entró Begoña
—Sí, pero ella es soltera— mi sorpresa no tenía límites—
Aquello no era justo. Según su equivocado paternalismo Begoña necesitaba más que yo el sueldo, no tenía un marido que la mantuviera.
Mi jefe nunca supo el gran disgusto que significó aquel despido. Me encontraba feliz, tras muchos años de incertidumbre, trabajaba en una empresa de mi ámbito laboral. Me costó asimilarlo. Durante un día entero me pregunté que había hecho mal, me culpaba. Después, años de vacío y fallidos intentos por obtener plaza fija. Me mantuve en el oficio, con dificultad, aceptando sustituciones o ausentándome de mí entorno.
Cuando recibí aquella llamada de mi antiguo jefe, origen del encuentro, no sabía quién me hablaba. Tardé en reaccionar.
—¡Hola!… soy Manuel…, de la empresa Docusa, no sé si te acordarás de mí
—Pues no… ¡Ah!… sí, sí… ya me doy cuenta…es que hace tanto tiempo. Dime
—Bueno verás, necesitamos gente de tu perfil en la empresa, no sé si puedes estar interesada. ¿Estás trabajando ahora?
— Sí, estoy trabajando. Necesito cotizar algunos años todavía
—Bueno, eso no sería inconveniente. No encontramos a nadie y me acordé de ti. No hay gente que tenga tu preparación.
— Ya, es un trabajo que requiere paciencia y dedicación.
— Te pagaremos bien. Mejoraremos el sueldo que tengas, seguro que llegamos a un acuerdo—No podía creer lo que estaba oyendo—
Por un momento pensé decir que no, pero accedí a citarnos para hablar.
—Sí, creo que es mejor hablarlo con tranquilidad
—Sí, perfecto, si quieres quedamos en la terraza del hotel
—De acuerdo, nos vemos entonces allí a las doce
Durante el tiempo que estuve en paro, siempre fui consciente de que la situación solo cambiaría cuando la oferta de trabajo superara a la demanda. Ese momento había llegado.
La entrevista fue corta. El calor apretaba y no contribuía a que la conversación fuera placentera. Tras unas rápidas palabras corteses, entramos en materia: Las condiciones laborales y mi disponibilidad. Era una buena oportunidad para vengarme, podía decirle que aquella proposición llegaba tarde. Volcar en palabras la amargura que sentí. Dejar patente mi desprecio por su injusto comportamiento. Pero nunca fui vengativa. La idea pasó por mi mente, pero la deseché, no sentía ya despecho, ni rencor. Le hablé del pasado con tranquilidad y, aunque él recordaba el despido, no lo había hecho, según dijo, por el motivo que yo le conté. Nada de eso me importaba ya. Pude haber tenido una seguridad laboral que me habría dado, quizá, otra perspectiva de la vida o, tal vez, me hubiera sumido en la rutina, olvidando la pasión por un trabajo bien hecho, nunca lo sabré.
Sin embargo, los años que pasé buscando salir del paro, me llevaron a desembocar en un trabajo distinto que comportaba el trato con la gente. Sin esperarlo, ese contacto personal lograba que me sintiera útil. Tenía un dilema que resolver y la respuesta no podía dilatarse. La diferencia económica no era tan grande que inclinara la balanza. Cuando ya no esperaba un futuro prometedor, la vida me daba otra oportunidad, ¿pero era lo que quería? Escoger un camino nunca es fácil. Recuperar lo perdido o quedarse en el camino conocido, pero nada es para siempre.
A veces, cuando tengo desorden mental, lo compenso ordenando mi espacio físico. Me dediqué a colocar el contenido de algunos cajones. Me llamó la atención un sobre con el logotipo de la empresa, en su interior, entre algunos papeles de nóminas y justificantes varios, descubrí una tarjeta que acompañó el regalo de despedida de los compañeros. La frase de mi amigo Ángel rezaba: ”Nunca olvides que este es el trabajo de tu vida”
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