Soy Ivan Ponce de León y tengo el trabajo más aburrido del mundo, soy un estúpido banquero.Vamos por partes, ¿ha sido el trabajo siempre una actividad que dignifica? Si simplemente nos remitimos a la etimología del término, veremos que algo no andaba bien desde el principio, la palabra trabajo viene del latín «Tripalium» que era una herramienta de 3 puntas que se utilizaba para sujetar bestias o atormentar esclavos, desde sus inicios entonces la palabra trabajo estaba ligada al sufrimiento, y digamos que no era para menos, durante la mayor parte de nuestra historia el trabajo fue considerado una actividad despreciable y una forma de dominación. Entonces no me veo en la obligación de agradecer el ser explotado por más de 8 horas, sentado en frente de una computadora, y atendiendo a clientes ancianos o jóvenes primerizos que vienen a abrir alguna cuenta de ahorro; y es que cuando eres bancario personal, tu jefe te da un ultimátum, lavarle el cerebro a inocentes corderos y llevarlos a pagar seguros innecesarios. Ya no estamos en los 70, ahora puedes pagar tus cuentas desde una computadora, celular, supermercado, y hasta un cajero automático, ¿para qué servimos los banqueros entonces? Para engañar, mentirle a los clientes y convencerlos de comprar productos que el banco quiera vender en ese momento.
Si fuera un abogado justiciero, denunciaría muchas injusticias sobre los créditos bancarios, pero lamentablemente, sólo soy un empleado de banco con riesgo a perder su trabajo, al ser hombre, soy muy poco confiable, así que casi nadie compra lo que yo vendo, soy un pésimo asesor, mi vida es muy monótona, un títere más en este gobierno burocrático y aburrido. Jamás imaginaría que un 23 de mayo, llegaría un pequeño rayo de luz a mi vida, una mujer que me alejaría de la cotidianidad, su nombre era Laura López Pérez, había llegado a nuestro banco con un actitud muy altanera a consultar por el dinero que llevaba ahorrando años en nuestro banco; una vez que le di la información, flaqueó en un tono más condescendiente, preguntándome por si conocía algún tipo de seguro de accidente personal, denotaba desesperación, así que aproveché y le di muchos documentos para firmar, al fin y al cabo, sería mi primera clienta en meses que accedía a todo lo que yo le ofrecía.
—¿Te gusta ver todo lo que estoy firmando? —me preguntó, mirándome a los ojos.
—Sí, la verdad es que eres mi primera clienta —respondí.
—Puedo notar que eres un banquero honesto, lo veo en tu mirada, así que aún sin conocerte, sé que puedo confiar en ti. —me sonrío.
—Así es, este banco… —respondí.
—No me vengas con tu estúpido discurso, y acelera el papeleo. —interrumpió.
—¿Puedo saber por qué tanta desesperación en acelerar estos procedimientos? —Pregunté.
—Si me invitas una copa una noche de estas, quizás pueda contarte, total ya tienes mi número.
La cité en «My way» un bar ubicado en Almendralejo, Badajoz; por algún motivo que ignoro llegué tarde, el bar estaba abarrotado de gente, pero en el asiento más recóndito pude notar a mi cita, mi bella dama era la más triste de todas las bellezas que había en la sala, se le notaba alicaída, me acerqué y me llevé con la sorpresa de que jamás hubo un coqueteo previo en el banco, yo lo malinterpreté todo, la chica necesitaba ayuda, pero no de la policía, ni de algún abogado, necesitaba un ser humano, un amigo, a quien contarle todos sus problemas, Laura era una criminóloga, que acababa de encontrar restos de sangre del gobernador, en el cuerpo de una prostituta asesinada, tenía las pruebas necesarias para hacer justicia, pero se veía enfrentada a la corrupción, sabía que tarde o temprano las pruebas serían adulteradas, y no habría justicia alguna, recibió llamadas anónimas amenazándola de muerte, pero ella fuerte en sus convicciones, jamás dio un brazo a torcer, no tenía nada que perder, salvo su anciana madre en un geriátrico, es por eso que necesitaba mi ayuda con lo del seguro y sus ahorros, temía por su seguridad. Me contó todo esto en una larguísima conversación que duró toda la tarde y buena parte de la noche. Por alguna extraña razón, estaba excitado, y a la vez preocupado por la integridad física y psicológica de Laura, por dentro pensé, esta historia será ¿Cierta? ¿Muy adornada? ¿Totalmente falsa?
Decidí abrirme con ella, y le conté sobre mi pasatiempo, que me gustaba escribir en un blog de internet, quejándome de mi trabajo, como si fuera el mismísimo Charles Dickens, prodigaba mi sufrimiento a través de sátiras con muy buenos fundamentos, le conté acerca de mi teoría de que en una vida pasada, fui parte de los Mártires de Chicago, le saqué una sonrisa y por un momento, le hice olvidar el miedo y antes de despedirnos, prometimos volver a vernos. Al regresar a casa, me pregunté si es que yo tendría los huevos de arriesgar mi vida por mi trabajo, jamás he sido un justiciero, aunque siempre me he quejado que si me dieran la oportunidad podría cambiar el mundo, ¿qué puedo esperar de mí? Tan sólo soy un empleado fracasado, que se dedica a escribir en sus ratos libres, textos que jamás llegarían a ser publicados por una editorial.
Durante 28 días más, nos seguimos viendo, días en los que tuve la oportunidad de dormir con ella, pero también hubieron noches en los que al levantarme, no la vi a mi lado, ella yacía en la sala, dormida en el piso, con el portátil abierto, analizando su puto caso, que tarde o temprano la llevaría a la muerte. Una mañana al despertar, y poner el noticiero, me di con la noticia, de que la criminóloga Laura López Pérez se había quitado la vida, quedé destrozado, aturdido, sin ánimos de nada. Hasta que vi un mensaje en mi celular, era un mensaje de ella: «Elimina este mensaje, para cuando lo leas, yo ya lo habré eliminado, ellos ya están acá, puedo sentirlo, vas a quedar solo, pero puedes escribir esta historia, así no me extrañarás tanto, y viviré siempre en tus escritos».
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